Ricardo Gondim
No es necesaria mucha perspicacia para darse cuenta que el movimiento evangélico occidental pasa por una gran crisis. La intromisión del neo-fundamentalismo de la derecha religiosa en la política norteamericana no ha ayudado mucho.
Los reclamos para que la sociedad preserve “valores morales” cayeron por tierra porque no encontraron respaldo en las propias iglesias, que fueron de escándalo en escándalo. Para agravar la crisis, grandes segmentos evangélicos se apresuraron a legitimar la invasión de Irak, argumentando que la Biblia respaldaba una “guerra justa”.
En Latinoamérica, principalmente en Brasil, la rápida expansión del pentecostalismo produjo una grave desviación ética en la comprensión del Evangelio. Surgió un nuevo fenómeno religioso, más comúnmente identificado como “teología de la prosperidad”. Lo que se escucha como “predicación” por los televangelistas y en las megaiglesias difícilmente podría ser asociado al protestantismo histórico o al pentecostalismo clásico.
Como ya no es ninguna novedad afirmar que es necesario que sucedan cambios radicales dentro del movimiento evangélico, la gran pregunta ahora es ¿Qué es lo que tiene que cambiar? He aquí algunas propuestas:
Propongo una espiritualidad menos eficiente. Que los pastores desistan de asociar la aprobación de Dios para sus ministerios con proyectos exitosos. La fe cristiana no se propone reflejar el mundo corporativo, donde la competencia se prueba con resultados.
En la espiritualidad de Jesús, los hechos de algunos siervos de Dios pueden ser anónimos, inadvertidos y pequeños. La urgencia por el crecimiento de las comunidades y pastores intentando demostrar como Dios los bendijo con “ministerios aprobados” acabó produciendo este tumor: iglesias que se parecen más a mostradores de servicios religiosos que a comunidades de fe.
Propongo una espiritualidad menos cognitiva y más vivencial. La primacía de la “sana doctrina” sobre la experiencia de la fe, terminó produciendo creyentes astutos para “probar” su fe, pero carentes de testimonio.
La obsesión de la verdad como una construcción racional ha hecho que los catecismos se vuelvan bellas elaboraciones conceptuales, mientras que los testimonios personales permanecen cuestionables. El evangelio precisa ser escrito en tablas de carne; mostrarse en los hechos de aquellos que se proponen brillar como luz del mundo.
Propongo una espiritualidad menos mágica y más responsable. La idea de un Dios intervencionista que invade a cada momento la historia para rescatar a sus hijos dándoles alivio, abriendo puertas de empleo y resolviendo querellas judiciales, terminó produciendo creyentes alienados, sin responsabilidad histórica y sin iniciativa profética.
Con ese egoísmo, las iglesias se distanciaron de la arena de la vida. Creyeron que sería suficiente atar a los demonios territoriales para terminar con la violencia y la miseria. El Evangelio no propone que la historia sea transformada por arte de magia, sino con acciones políticas que defiendan la justicia.
Propongo una espiritualidad menos intolerante. La idea de un mundo perdidamente hostil a Dios genera iglesias intransigentes, que se creen privilegiadas. La radicalización de la doctrina de la caída da la visión de un mundo condenado, irremediablemente perdido. Con esa visión, la iglesia se encierra, sólo encara al mundo como un campo de batalla, y es incapaz de acoger a los moribundos que yacen a la orilla de los caminos.
La espiritualidad evangélica necesita rescatar doctrinas conocidas en los primeros años de la Reforma, como la Imago Dei (la imagen de Dios en todos) y la Gracia Común (el favor de Dios que capacita a todos).
Propongo una espiritualidad que promueva la vida. Los evangélicos predicaron por años y continuamente la salvación del alma y, muchas veces, se olvidaron que Dios desea que experimentemos la vida abundante antes de la muerte. Por cierto, el cielo debería ser una consecuencia de las decisiones hechas por las personas en la tierra y no una promesa distante. Con ese énfasis exagerado en la salvación del alma algunos se contentaron con una existencia mediocre, mal resuelta, creyendo que un día, en el más allá, todo estará bien.
Propongo una espiritualidad que no contemple la santidad como un apuro legal, sino como integridad. Con reclamos legalistas los ambientes se vuelven intransigentes. Es inútil establecer como meta de la vida cristiana la perfección exagerada, ya que para alcanzarla seria necesario transformar a las personas en ángeles.
La hipocresía nace con ese tipo de exigencia. Es necesario dialogar con las imperfecciones, con las sombras y luces del alma; sin culpas y sin fobias. Sólo en ambientes así existe libertad para madurar.
Propongo una espiritualidad que establezca como objetivo generar hombres y mujeres amables, leales, misericordiosos. Antes de anhelar aparecer como la institución religiosa poseedora de la mejor comprensión de la verdad, que intente amar con sencillez; antes de volverse una fuerza política, que sepa caminar entre los más necesitados; antes de alcanzar el mundo entero, que trabaje al lado de quienes construyen un mundo mejor.
Estoy consciente que mis propuestas no tienen muchas probabilidades de realizarse, pero voy a mantenerlas como un horizonte utópico y con vocación.
Soli Deo Gloria.
Traducido por Gabriel Ñanco
http://www.lupaprotestante.com/
2 comentarios:
Me parece muy interesante todo lo que dice tu pastor, aunque yo me quedo con eso de
"Propongo una espiritualidad que promueva la vida"
Luego esas afirmaciones sobre los cielos y sobre lo que dice Dios ( así con mayúscula)me parecen cuando menos un poco pretenciosas.
De todas formas es elogiable la visión ecumenista a que te han conducido tus camellos.
Un abrazo.
Antonio Durán
Entiendo la espiritualidad como una instancia vital que induce al ser humano a trascender del cariz exclusivamente sensorial de la realidad. En ese sentido, quien, por ejemplo, se deja inundar por la buena música, se “sumerge” en un ámbito más universal, más compasivo, se está llenando de espíritu. El buen arte, en general, lleva a las personas a “contaminarse” de espíritu (aire, aliento). No vinculo necesariamente la divinidad –invóquese como se invoque–, con espiritualidad. Conozco ateos profundamente espirituales, y creyentes vacíos de espíritu.
Miguel F. Villegas
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