jueves, 13 de marzo de 2008

ESTO ES UNA CARTA QUE HE ENVIADO AL PAÍS COMO RÉPLICA . NO SÉ SI LA PUBLICARÁN


EXPERTOS

Llama la atención la alegría con que sesudos especialistas en diversas materias entran y salen en los temas religiosos que cuando menos son asuntos tan complejos como el estudio del comportamiento de los gorilas, de las partículas o campos subatómicos o el parentesco en los maoríes. Nadie se adentra en estos campos sin una mínima iniciación pero parece ser que allí todo el mundo puede sentar cátedra sin el menor miramiento y pontificar con categorías expeditas en qué consisten sus contenidos, sus propósitos y los resultados de su aplicación a la vida práctica. Sorprende aún más cuando los que así razonan se suelen manifestar como gente totalmente ajena a ninguna experiencia de este tipo.

Tal vez los desmadres en nuestro país del clero franquista y postfranquista y la envoltura religiosa que adoptan ciertas conductas enfermizas o fanáticas hayan dado pie a que nos quedemos con estos fenómenos sociales y nos limitemos a observarlos como lo más significativo del tema y en lo que todo se resuelve sin más.

Pero en un mundo tan diferenciado y tan minucioso en especialidades como el que vivimos cuando menos hay que delimitar bien el campo del discurso y no trastrocar el buen uso del lenguaje.

No es difícil encontrar ejemplos de lo que estamos tratando, pero, por ceñirnos a uno inmediato, haré alusión al artículo El refugio de Dios del profesor F. Ovejero aparecido en el País del 10, 3, 08.

Ante todo tengo que decir que mis objeciones no se refieren a la idea de fondo que allí se sustenta: me parece correcto que en todo diálogo tiene que haber una simetría en las reglas de juego a que se atienen los interlocutores; que toda intervención en la vida pública ha de sustentarse en razones atendibles desde la secularidad, que si no damos razones asumibles desde la perspectiva laica en que se organiza lo público mejor es retirarse a lo privado.

Pero hay un punto en que el profesor parece olvidar algunas de estas reglas del juego. Y es la necesidad de guardar las debidas cautelas al salirse del propio campo de competencia y evitar hacer afirmaciones expeditivas en campos que le son un tanto ajenos.

Son ilustrativas, a la hora de explicar las similitudes de las religiones, sus imágenes de la lima y la batidora. Está claro que habla de cosas que le son poco familiares en cuyo campo se ha entretenido poco. Pensar que las similitudes se reducen al concepto del dinero y a dar un sentido a la vida al alcance de los boy scouts es desconocer lo que del tema han dicho gente como Leibniz, Schopenhauer o Aldous Huxley entre otros. Para él todo parece reducirse a un tipo de contabilidad y a unas cuantas consignas estilo militar. Parece que todos los esfuerzos del ser humano por llegar a conocer unos vínculos entre sí y con el entorno que vayan más allá de lo económico y las relaciones de poder no es más que un batido o batiburrillo de conceptos sin la menor relación, que el tratar de sintonizar con las pautas de comportamiento que han trazado personas como Buda, Confucio, Cristo o un Gandhi o un Francisco de Asís fueran consignas de boy scouts para entretener a la gente.

También el profesor Ovejero debería atenerse a las reglas del juego: o acotamos el campo del discurso y nos ceñimos a las manifestaciones más negativas de un muy complejo fenómeno social o si queremos hablar y de forma “precisa” de todo este amplio fenómeno no nos quedemos en esas trivialidades de la idea del mal y su terapéutica.

Exijamos a los grupos religiosos que den razones creíbles de sus comportamientos y exigencias sociales. Pero también exijamos a los que no lo son que no despachen como simples estados de paranoia a todo tipo de experiencia religiosa.

Simetría sí entre quienes estén informados, como ya lo exigía Ortega, pero de lo que no se está informado mejor es no hablar.

Antonio Durán Sánchez. Lic. en filosofía.

anduran@arrakis.es

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